martes, 2 de junio de 2009

Eugène Delacroix. La aspiración romántica (II).

La justicia de Trajano. Delacroix.

...Este año viene marcado por dos sucesos desagradables: la ruptura con su hermana Henriette y la decisión definitiva de vivir en soledad, por un lado, y la manifestación de unas misteriosas fiebres, por otro, que anticipan la laringitis tuberculosa de la que habrá de fallecer. Las dificultades económicas le obligan a realizar diseños de maquinaria junto a su amigo Soulier para ganar algo de dinero. Esta penuria le empuja a planear su explosiva entrada en el mundo del arte a través del Salón, al que se presenta por primera vez en 1822. La obra que prepara para la ocasión es nada menos que la Barca de Dante, que causa gran sensación y le catapulta a la cima de la joven generación de pintores románticos, junto a Géricault. El éxito de la obra quedó patente cuando el Estado decidió adquirirlo, pasando a ser expuesta en el Palacio de Luxemburgo. Este éxito, y la reconciliación con su hermana, le animan a adoptar una activa vida social, frecuentando los teatros y conciertos, siguiendo a su admirado Mozart por encima de los autores contemporáneos como Beethoven. Con ello demuestra una de sus más acendradas cualidades: su gusto por lo clásico, por la razón, por el sometimiento de la enorme fuerza interior bajo un férreo manto. Uno de sus frecuentes reproches a los románticos alemanes es precisamente la falta de control sobre las emociones, el desbordamiento sobre la razón. Para el Salón de 1824 Delacroix pinta la Matanza de Quíos, obra con la que rompe la tendencia académica de considerar como sujetos del gran género histórico sólo los sucesos de la Antigüedad, en un sentido edificante. La elección de un tema puramente contemporáneo, la falta de épica, lo evidente de la tragedia, le sitúan como indiscutible cabeza del Romanticismo, y como tal comienza a relacionarse con los exponentes literarios del movimiento, Mérimée y Stendhal. Sin embargo, en ese mismo año, la muerte de Géricault habrá de afectarle profundamente. Es ahora un pintor consagrado, admitido y reclamado en todas las cenas y actos sociales de la sociedad culta del momento. En 1825, con los ingresos que la compra por parte del Estado de La Matanza de Quíos le han reportado, Delacroix marcha a Inglaterra en compañía de Bonington y Fielding. Allí se habrá de operar su conversión definitiva a Shakespeare. A pesar de sus impresiones, negativas en principio, el saldo final de este viaje es revelador. Esta época supone el afianzamiento de las relaciones del pintor con los cenáculos románticos, en especial con Victor Hugo. Su segunda obra sobre la Guerra de Independencia Griega, Grecia expirante entre las ruinas de Missolonghi es un homenaje a Byron, muerto en dicha localidad en 1824; su participación en la exposición en apoyo a la causa griega de 1826 en la Galería Lebrun de París es la mejor muestra de su entrega a esta guerra elevada a la categoría de símbolo universal por el movimiento romántico. En 1827 presenta al Salón la Muerte de Sardanápalo que, aunque rechazada por las instancias oficiales de gustos ingresianos, se convierte en el manifiesto de la pintura romántica, en paralelo al significado del 'Préface de Cromwell', escrito en el mismo año por Victor Hugo, respecto a la literatura. El Superintendente de Bellas Artes, Sosthéne de la Rochefoucauld, advirtió a Delacroix que, a menos que cambiara de estilo, no había de recibir más encargos del Estado. En abril de ese mismo año fallece su hermana Henriette. Privado de encargos oficiales, diseña el vestuario para 'Amy Robsart', de Victor Hugo, representado con escaso éxito en el teatro Odéon. Asimismo, completa una serie de diecisiete litografías para ilustrar la traducción francesa del 'Fausto', llenas, en sus propias palabras, de 'un sentido de lo misterioso' y lo grotesco. Por fin, en 1828, recibe del gobierno el encargo de la Batalla de Nancy y de la duquesa de Berry el de la Batalla de Poitiers. En estas obras, pero en especial en el Asesinato del obispo de Lieja, se aprecia el oscurecimiento de la paleta de Delacroix, ahora interesado en la obra de Rembrandt, afición que compartía con Bonington, fallecido en Londres por esas mismas fechas. Comienza Delacroix su labor de ensayista en la 'Revue de París', con artículos sobre Lawrence, Rafael y Miguel Ángel. Aunque no toma parte activa en la revolución de 1830, su siguiente obra maestra, presentada en el Salón de 1831, la Libertad guiando al pueblo, es el compendio de todas sus inquietudes políticas y sociales, una excepcional pintura que, comprada por el Estado, le ganó la Legión de Honor. Delacroix, como romántico, no había podido sustraerse al interés por Oriente, por lo exótico, que tanto proliferaba en Francia e Inglaterra y que llenó, durante décadas, España y el norte de África de ávidos buscadores de lo pintoresco y extraño, encontrándolo muchas veces donde no lo había. Recomendado por la actriz Mars al conde de Mornay, Delacroix forma parte de la delegación enviada por el gobierno francés ante el sultán de Marruecos, en el contexto del expansionismo galo por este país y Argelia. Entre enero y julio de 1832, el pintor recorre Tánger, Mequinez, el sur de España y Argel. Su cuaderno de viaje, repleto de dibujos y anotaciones, habrá de proveerle de material durante el resto de su vida. Obras como Mujeres de Argel en su apartamento deben su nacimiento a las profusas observaciones realizadas en este periplo, que refuerza su preferencia por el estudio del color y la acción de la luz sobre los tonos locales, así como su gusto por los maestros españoles, con Murillo a la cabeza. A pesar de la presencia constante de la temática oriental en su obra, las tendencias de ésta se orientan hacia lo literario y los grandes encargos estatales. La protección de Adolphe Thiers, su amigo periodista que con el rey Luis Felipe llega a Ministro del Interior, le proporciona su primer encargo decorativo: la sala del Rey en el Palacio Borbón. El de 1833 es, además, el año en que entabla amistad con George Sand y Frédéric Chopin, a quien considera el único verdadero genio de su época. Con ellos pasa largas temporadas en el castillo de Nohant, residencia veraniega de Sand. En casa de sus amigos los Pierret conoce a Jenny Le Guillou, a la que contrata al año siguiente como ama de llaves y que hasta la muerte del pintor permanecerá como devota confidente y único apoyo estable. Otra mujer que llena estos años, en que paulatinamente se aleja de los ambientes románticos, es su prima, amante y amiga, Josephine de Forget, su 'consoladora' e introductora en los Salones del Segundo Imperio. En el terreno artístico su obra, ahora más cercana a Rubens y Tiziano, se va colmando de cierto humor tétrico, reforzado por la muerte de su sobrino, Charles de Verninac en Nueva York, que se combina con la corriente orientalista y los grandes encargos oficiales. En 1834 pinta la Batalla de Taillebourg para la Galería de Batallas de Versalles y en 1838 la Entrada de los Cruzados en Constantinopla. Será, en efecto, la decoración mural la que domine ya los años de madurez de Delacroix. A pesar de haber realizado en 1834 ensayos de pintura al fresco en casa de sus primos Bornot en Valmont (Normandía), el medio preferido del artista será la pintura al óleo, sobre lienzo luego trasladado al muro, o con cera de forma directa. A través de Thiers, ahora Ministro de Comercio y Obras Públicas, recibió el encargo de la decoración de la biblioteca de la Cámara de Diputados del Palacio Borbón, la cúpula de la biblioteca del Senado en el Palacio Luxemburgo (1840), las pinturas de la capilla de Santa Inés en San Sulpicio (1849), la Galería de Apolo en el Museo del Louvre (1850) y el Salón de la Paz en el Hôtel de la Ville de París (1851, destruido en 1871). A partir de 1842, en que sufre un grave ataque de laringitis, su salud empeora y se ve forzado a pasar largas temporadas de reposo en el campo, con los Riesener, con Sand en Nohant, en su propia casa de Champrosay o, en 1845, en los Pirineos. Sus cambios de residencia, dentro de París, son constantes; también lo son sus aventuras amorosas, de desiguales intensidad y resultado. Sin embargo, el reconocimiento oficial que su obra experimenta en la década de los cuarenta le lleva a ser nombrado, en 1846, Oficial de la Legión de Honor. Una de sus grandes ambiciones, empero, la de entrar a formar parte del Institut, habrá de esperar durante décadas: entre 1837, en que realizó su primer intento, con la mira puesta en el sillón vacante de Gérard, y 1856, cuando por fin fue admitido, hubo de realizar seis tentativas (1838, 1839, 1849 - dos veces -, 1851 y 1853). La revolución de 1848 no gozó de la entusiasta simpatía con que Delacroix acogió la de 1830. Sin embargo, la elección del futuro Napoleón III como presidente de la República le abrió la posibilidad de una carrera oficial, como así fue, de la mano de su prima Forget y su selecto círculo de amistades. En 1851 es nombrado consejero municipal, cargo que habrá de desempeñar hasta 1861 con escrupulosidad. En esta época, sin abandonar su gusto por Rubens, vuelve su mirada a Poussin, del que publica un ensayo en el 'Moniteur Universel' en 1852. Su quebrantada salud le obliga a pasar continuas temporadas en Champrosay, que ahora alterna con Dieppe. En 1855, al igual que Ingres, participa en la Exposición Universal con 42 cuadros, además de la Caza del león encargada por el Estado. En el mismo año recibe la Encomienda de la Legión de Honor. Su trabajo decorativo, a partir de 1850, se concentra en el Hôtel de Ville y en la capilla de Santa Inés en San Sulpicio, que habrá de ocuparle hasta 1861. Para los muros eligió los temas de Heliodoro expulsado del Templo y Jacob luchando con el ángel; para el techo, San Miguel venciendo al demonio. Estas obras reflejan, como en sus mejores momentos, la influencia de Rafael y los maestros del Renacimiento y Barroco. Los trabajos hubieron de ser interrumpidos en 1856 a causa de su enfermedad, que ya le impediría una actividad continuada hasta su muerte. Durante sus retiros en Champrosay, pergeñó no pocos ensayos y el malogrado y ambicioso 'Diccionario de las Bellas Artes'. El 13 de agosto de 1863, discretamente, de la mano de su fiel ama de llaves Jenny, Delacroix expiró en su residencia de París. Fue, quizá, el pintor del siglo XIX más preocupado por los problemas de la técnica pictórica. Su búsqueda de soluciones le llevó a recorrer la obra de Rafael, Velázquez, Miguel Ángel y Rubens entre los antiguos maestros, o Constable entre los contemporáneos. Su influencia alcanzó a los impresionistas, a Millet, a Van Gogh, en su traslación de los efectos del pastel al óleo, en su uso del fondo blanco - práctica común de los impresionistas - y, sobre todo, en la primacía del color sobre la línea a partir de una concienzuda aplicación de los principios científicos del color, influido por Chevreul, en la resolución de problemas técnicos.

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