lunes, 11 de mayo de 2009

El juego de la luz y la oscuridad...

Caravaggio. Muchacho pelando fruta.

Analizamos en esta ocasión una de las corrientes predominantes en la pintura barroca europea, aquélla que denominamos tenebrismo. Para entender su significado, hemos de partir de una idea previa: la importancia que la luz juega siempre en cualquier pintura. Esto es así por una sencilla razón: si no existiese luz alguna, el pintor no podría llevar a cabo su trabajo. Partiendo de este presupuesto tan básico, los pintores se han dedicado, a lo largo de la historia, a representar en sus obras no sólo la luz en si misma, sino sus efectos sobre lo representado. Pero es evidente que retratar la luz exige también reflejar las sombras, dado que en circunstancias habituales la luz no incide por igual en todos los objetos y genera una amplia gama y diversos matices de sombra.

Francisco Ribalta. Cristo y San Bernardo.

Dicho en lenguaje llano, en todo cuadro (y en función de la luz que en el se recoja) van a convivir zonas más claras con otras más oscuras que quedarán tratadas de distinta manera según la sensibilidad personal de cada pintor. Partiendo de algunos precedentes de los siglos XIV y XV, ya en el XVI encontramos varios artistas que practican la técnica del claroscuro, procurando con ella representar las formas mediante una gradación del juego de luces y sombras. En los cuadros de los pintores que lo emplean podremos apreciar sin dificultad zonas más iluminadas (que el artista quiere resaltar, haciendo que el espectador concentre su vista en ellas) y otras que quedan más en la penumbra.

José de Ribera. San Onofre

Llegamos así al siglo XVII y con él a esa mentalidad barroca que tanto gustaba del contraste y de la sorpresa. En esa centuria algunos pintores consideraron que el claroscuro servía excelentemente a sus intenciones artísticas y lo emplearon de manera abundante en sus cuadros. Muchas obras de Rembrandt son significativas en ese sentido, como ocurre con la "lección de anatomía" o en varios de sus autorretratos. Pero otros autores dieron un paso más allá: son los tenebristas, que consideraron que el contraste entre la luz y las sombras debía ser extraordinariamente acusado, para no distraer la atención del observador en detalles secundarios. Eso es, en definitiva, el tenebrimo: llevar a sus últimas consecuencias los postulados claroscuristas, haciendo convivir en el cuadro zonas fuertemente iluminadas con otras que quedan prácticamente a oscuras, sin que el espectador pueda apreciar que se oculta tras las tinieblas que ha representado el pintor.
En definitiva, claroscuro y tenebrismo son parte de la misma preocupación de los pintores por reflejar la luz y su opuestos, la sombra y la oscuridad, en la obra de arte. Y desde esta perspectiva considerado, el tenebrismo no sería más que un uso exacerbado y violento, podríamos decir, de los planteamientos claroscuristas. La luz acaba oponiéndose dentro de la superficie del cuadro, más que a la sombra, a la propia oscuridad.


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